domingo, 5 de fevereiro de 2012

Colaboração com Ezequiel Zaidenwerg: vídeo meu para seu poema "Murió el terror de las escandinavas", especial para a revista mexicana "Chilango"

Ezequiel Zaidenwerg por Valentina Siniego


A revista eletrônica mexicana Chilango convidou o poeta argentino Ezequiel Zaidenwerg (Buenos Aires, 1981), meu caríssimo amigo, a participar do projeto "Poeminuto", unindo textos vocalizados a vídeos preparados para tal. Zaidenwerg perguntou-me se eu faria algo com sua vocalização para um texto recente, bastante irônico e mordaz, intitulado "Murió el terror de las escandinavas". Aceitei o convite-desafio, trazendo minha própria ironia para a peça. Talvez o resultado seja um verdadeiro quebra-cabeças em questões de política de gênero. Parti de uma colagem com material existente e em domínio público.

Fiquei feliz com esta colaboração e quis compartilhá-la com vocês, vocês todos que, assim espero, já leram La Lírica Está Muerta (Bahía Blanca: Vox Senda, 2011), do nosso caro Zaidenwerg. Se ainda não tiveram a chance, baixem o livro, que foi disponilizado pelo autor na Rede. Foi uma das leituras de poesia que mais me deram prazer no ano passado. Abaixo, "Murió el terror de las escandinavas":


Ezequiel Zaidenwerg - "Murió el terror de las escandinavas" - texto y voz.
Video de Ricardo Domeneck. Ciudad de México / São Paulo / Rio de Janeiro. 2012.


Murió el terror de las escandinavas
Ezequiel Zaidenwerg

Murió el terror de las escandinavas,
ése que echaba espuma por la boca
no bien veía una melena rubia
vagamente foránea. Sus amigos
lo imaginan ahora entre los fiordos
del cielo, persiguiendo a las valkirias
a un Valhalla nudista junto al sol,
con su falo de cera, inofensivo.
Poco a poco se fue descascarando,
igual que una cebolla hecha de carne,
y quedó expuesta, capa a capa, toda
la geología de su desviación
(el púgil fracturado, el libertino
púdico, el cocainómano amateur),
hasta que al fin la imagen de su crimen,
como un puño de odio palpitante,
se hizo visible al estallar la cáscara
que lo cubría: un fauno enloquecido
que, apretando del cuello a una doncella,
la flagelaba con su verga bífida
y abría surcos de copiosa sangre
de cocodrilo sobre el cuerpo trémulo;
luego se lo llenaba de gargajos
y de insultos y, armado con un fórceps
al rojo vivo, abría sus caderas
para implantarle en la matriz profunda
algún objeto no identificado
de látex, con higiene y precisión.
Después, para humillarla, le decía:
“La princesa está triste, ¿qué tendrá
la princesa?”, al oído con ternura
fingida, y explotaba de repente
en una carcajada demencial;
y, a fin de hacer completo el aquelarre,
traía a algún secuaz para vejarla.

Ya no existe el terror de las noruegas,
nativas o becadas; lo borraron
ráfagas bienhechoras de silencio,
que, deshaciendo aquella ruina humana,
muscular y moral, trajeron paz
definitiva. Ahora, como antes,
mancebos y muchachas pueden creer
que es posible un amor, en este mundo
cruel, puro como el agua del deshielo;
otra vez pueden respirar las madres
aliviadas (ya nadie grita: “¡Viene
el lobo!”) y pueden regresar los chicos
a jugar a las plazas, sin temer
la presencia furtiva en los arbustos:
murió el terror de las escandinavas.


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